EL BÚHO DE MINERVA
Diego Márquez Castro
Este año se celebra el aniversario 380 del natalicio
de John Locke, filósofo inglés que marcó los caminos del pensamiento de la modernidad.
Locke es recordado por sus Dos tratados sobre el gobierno civil, el
Ensayo sobre el entendimiento humano, Pensamientos sobre la educación y Carta sobre la tolerancia. A este importante filósofo hay que
abordarlo y leerlo como quien escucha la lección del maestro, sobre todo en los
tiempos que corren en una sociedad como la nuestra. Así, sus enseñanzas si bien se ubican en un siglo XVII que
ya va manifestando una natural aversión y un natural rechazo a quienes usan el
poder de manera absoluta, autoritaria y tiránica para poder reprimir la libertad
del hombre, ante lo cual se contrapuso el pensamiento civilista de Locke.
El
pensamiento político de Locke gira en torno al valor de la libertad y en tal
sentido señala que “la libertad más valiosa es la que está al servicio de la
verdadera felicidad”, en virtud de lo cual, frente a las pretensiones de los
tiranos de cualquier signo en el sentido de anular las libertades individuales,
políticas, económicas y sociales, el filósofo plantea que el hombre es ser
creado por Dios “en un estado de completa libertad para ordenar sus actos y
para disponer de sus propiedades y de su persona como mejor le plazca, dentro
de los límites de la ley natural, sin pedir permiso y sin depender de la
voluntad de otra persona.” En tal sentido, de acuerdo al investigador Agustín
González Gallego: “La libertad para la disponibilidad de sus propiedades
servirá para justificar el uso que se haga de las mismas, el cual, a su vez,
determinará el rol que cada uno va a desempeñar en la sociedad civil.”
Para Locke,
nadie, ni los gobernantes ni el Estado podían erigirse en entes interventores y
expropiadores de la propiedad de cada ciudadano ni menos erigirse en únicos
propietarios. A ese nivel, Locke relaciona estrechamente los conceptos de
justicia y libertad, considerándolas piedras angulares de su filosofía
política. De esa manera desde su perspectiva pensaba que “la justicia no es
otra cosa que el orden mismo de la naturaleza, desarrollada o realizada por el
hombre, por la ley de su naturaleza y por su razón; precisamente, una de esas
leyes es el derecho a la propiedad. Derecho natural que pertenece a la esencia
humana, por lo que la razón ha de buscar los medios para su correcto
desarrollo.”
Respecto
al poder absoluto concentrado en un solo gobernante, que según su opinión
“ciertas personas piensan es la única posibilidad de gobierno en el mundo, tal
poder es, en realidad, incompatible con la sociedad civil, por lo que no puede,
ni tan siquiera considerarse como una forma de poder civil.” Igualmente
advierte sobre aquellas sociedades y pueblos que alienan sus derechos a un
hombre como encarnación de Estado: “Ningún hombre ni sociedad tiene poder para renunciar a su propia conservación,
entregando ese poder a la voluntad absoluta y a la soberanía arbitraria de otra
persona. En ese sentido, puede afirmarse que el pueblo es siempre el poder
soberano, supremo.” Tal condición permite al pueblo a poner límites a quien
ejerce el poder, bien sea como gobernante o legislador, de esta forma Locke
plantea que si el pueblo “colocó este poder sólo temporalmente en una persona o
asamblea, si quienes lo ejercen lo pierden por faltas que cometen, si se cumple
el plazo señalado, el pueblo tiene el derecho de actuar como soberano.”
Al respecto, Locke vivió enfrentado a quienes
en la Inglaterra de su tiempo ejercieron el poder con un sesgo tiránico y
absolutista, lo cual por cierto le valió vivir varias años de destierro en
Holanda y en tal sentido escribió: “Si la usurpación es un poder que viola lo
que es de derecho, un poder así nadie puede tenerlo legalmente. La tiranía
consiste en hacer uso del poder que se tiene, mas no para el bien de quienes
están bajo ese poder, sino para propia ventaja de quien lo ostenta. Así ocurre
cuando el que gobierna no se guía por la ley, sino por su voluntad propia y sus
mandatos y acciones no están dirigidos a la conservación de las propiedades de
su pueblo, sino a satisfacer su propia ambición, venganza, avaricia o cualquier
otra pasión irregular.” Tuvo razón Locke: “Allí donde termina la ley, comienza
la tiranía…”Tal suerte de axioma se ha cumplido y hecho efectivo en todos los
tiempos, cambiando solamente escenarios y personajes. La historia nos ha
entregado múltiples ejemplos y los hechos del presente más que simples
evidencias.
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